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domingo, 25 de marzo de 2012

EL PRIMER DÍA EN LA UNIVERSIDAD



Siempre recordaré el primer día que de clases en la Facultad de Química e Ingeniería Química en la UNMSM, fue por el segundo semestre del año 1981. En ese tiempo éramos como 2,000 alumnos en la FQIQ y habíamos ingresado 100 de química y 200 de ingeniería química (más unos cuantos por empate de puntos).

El primer semestre en la vida universitaria es decisivo.  Una nueva atmósfera; la universitaria, donde parece que cada persona sabe o al menos  cree saber lo que tiene que hacer. El ingresante dubitativo ve sorprendido a los profesores de paso apurado, a sus compañeros de años superiores en sus cosas, a las autoridades que les sonríen. Los cachimbos, que ya pasaron la alegría del ingreso, quedan atónitos  ante la vorágine de la matrícula y el comienzo de clases y desorientados en las inscripciones de los laboratorios.  Apenas pasan unos días y ya comienzas los exámenes, ¿cómo será? ¿Qué nos preguntarán? ¿Seré capaz de aprobar ese curso que no entiendo?

El inicio es chocante, ya que pasar del colegio a la universidad es todo un cambio. No solo de amigos, sino también de sistema de enseñanza y también de aprendizaje. Los que eran primeros puesto en el colegio ahora sufren las evaluaciones. Como uno no tiene un método de aprendizaje muchas veces fracasa y reprueba sus cursos. En el transcurso de poco tiempo cada uno, mediante prueba y error, hace lo que puede por conseguir su método. Unos aprenden más escuchando, otros leyendo.  Mi método era el típico, escuchar lo más atento posible las clases del profesor y tomar notas, luego correr a la biblioteca para sacar todos los libros donde se mencionara el tema de clases y tomar nuevas notas, regresar a mi casa y leer mis libros. No sé porque, pero nunca pude estudiar en la biblioteca ni en las aulas, solo en mi casa.

Al pasar los años fui perfeccionando mi método y pasé a leer las revistas de química muchas de ellas en inglés, donde encontraba más información y con mayores detalles. Aquí tuve una ventaja ya que en los primeros dos años de estudios universitarios había estudiado paralelamente ingles en la PUCP. Eso me sirvió de mucho.  Claro que en ese tiempo no había Google, pero de haber existido hubiera sido de gran ayuda.

Cuando perfeccioné mi método ya en cuarto año, no me preocupaba por pasar el curso sino por alcanzar la máxima nota posible. De hecho iba a aprobar el curso, tan solo me preocupaba la nota de aprobación. Muchas veces me llamaban compañeros para que yo formara parte de su grupo de estudios, aunque a veces no me agradaba mucho porque algunos no aportaban nada. Con el tiempo consolidé un grupo de estudios; amigos con intereses iguales al mio. 

Conocí compañeros más inteligentes que yo, pero por motivos económicos o familiares tuvieron que abandonar sus estudios universitarios. Otros ya cansados de reprobar continuamente se fueron paulatinamente de la universidad. No era fácil estudiar en una universidad estatal por los 80, donde el terrorismo estaba en apogeo, la hiperinflación era nuestro pan de cada día y teníamos gobernantes corruptos (bueno siempre  los hay). Creo que de 100 ingresantes solo 20 acabamos.     

El éxito de los estudios universitarios depende mucho del apoyo familiar. Unos padres que te de tranquilidad y los medios para estudiar.  También depende de la alimentación, un adecuado balance de proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas, minerales, agua,  etcétera son imprescindibles.    

Hace unos días compré el libro de Jorge Basadre “Materiales para otra Morada”, Editorial Librería la Universidad, 1060, Buenos Aires, Argentina que en la página 166  encuentro un texto importante:

EL CONTACTO ENTRE EL ESTUDIANTE Y LA UNIVERSIDAD
Cuando un joven (o una joven, ya que el número de mujeres está aumentando en forma impresionante en las aulas cada año) decide dedicar cuatro, o cinco, o siete, o nueve años a la vida universitaria, ¿qué se propone?  Se propone, por lo general, alguna de estas tres cosas o las tres en proporción variable: adquirir cierto número de conocimientos que le permitan luego obtener un grado y un título y una renta adecuada, trabajando gracias a ellos; encontrar medios y ocasiones para desarrollar sus aptitudes y capacidad latentes; prepararse para desempeñar su propio papel de acuerdo con su valer, como miembro de la colectividad o como ciudadano.

Surge allí un contrato (tácito porque no hay, por lo general, quien se encargue de  hablar a su debido tiempo acerca de esas cosas). El estudiante adquiere el derecho de que se le den los conocimientos, los medios y las ocasiones, en razonable cantidad para el cumplimiento de dicho objetivos. La universidad, por su parte, si bien con tal motivo reconoce perentorios deberes, por otra parte se ve premunida de ciertos derechos. Por ejemplo, adquiere el  derecho de exigir al estudiante una cuota de trabajo y una cooperación voluntaria pero sistemática dentro de la vida institucional. Ello implica, de un lado, profesores capaces, bibliotecas y laboratorios bien provistos, aulas cómodas, residencias. De otro lado, quiere decir estudios, prácticas, pruebas de aptitud, vale decir selección y autenticidad académicas.    

Y en la página 168 de libro:

OBJETIVOS UNIVERSITARIOS TRADICIONALES Y OBJETIVOS DENTRO DEL MUNDO DE HOY
c) La verdadera universidad requiere una atmósfera severa de trabajo y de estudio, empezando por sus pruebas de ingreso y acabando en sus grados doctorales y en los cursos para profesionales y graduados y de extensión cultural (sin prejuicio de que existan, al lado de ese plano, actividades deportivas, intelectuales o de sociabilidad que lo compensen con creces). A la vez necesita estar vitalizada  en nuestro tiempo por un vigoroso aliento democrático, en el sentido de que a las aulas puedan llegar y de que en ellas tengan oportunidad y facilidades para seguir adelante, orientándose en el sentido que su vocación indique, jóvenes capaces de todas las clases sociales y de todas las regiones geográficas, pero bajo la condición de que quieran, sepan y puedan trabajar.

Ojalá hubiera leído ese texto al ingresar a la universidad para poder comprenderla mejor. Ahora el estudiante tiene muchas facilidades que antes para no fracasar en sus estudios universitarios. Sin embargo, estudiar en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos es toda una valiosa experiencia, es un pequeño Perú, todos los pros y contras del Perú están aquí presentes, todas las sangres, todas las clases sociales, todas las tiendas políticas, todos sus problemas y soluciones.  

Recuerdo que en un viaje a Europa, tenía que hacer estadía en el aeropuerto de Heathrow de Londres y me encontré con una peruana. Conversando me enteré que ella trabaja limpiando  casas en Alemania y cuando me preguntó por mi le respondí que era un becado universitario. Para mi sorpresa me dijo: ¡Ah! eres culto. No pude conversar más con ella porque se me hizo un nudo en la garganta.  Allí comprendí que ser universitario es en realidad un privilegio. Muchos peruanos no tienen los medios ni siquiera para postular a la universidad (como aquella compatriota), otros la abandonan y pocos llegan a terminar y graduarse.  Estudiar en la universidad y, muy en especial, en San Marcos es en realidad un privilegio que muchos luego de graduarse y trabajar recién comprenderán y sentirán un nudo en la garganta y una fuerte emoción al igual que la sentí yo ese día en Heathrow. 

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