Siempre recordaré el primer día que de clases en la Facultad
de Química e Ingeniería Química en la UNMSM, fue por el segundo semestre del
año 1981. En ese tiempo éramos como 2,000 alumnos en la FQIQ y habíamos
ingresado 100 de química y 200 de ingeniería química (más unos cuantos por
empate de puntos).
El primer semestre en la vida universitaria es decisivo. Una nueva atmósfera; la universitaria, donde
parece que cada persona sabe o al menos cree
saber lo que tiene que hacer. El ingresante dubitativo ve sorprendido a los profesores de paso apurado, a sus compañeros de años superiores en sus cosas, a las autoridades que les sonríen. Los cachimbos, que ya
pasaron la alegría del ingreso, quedan atónitos ante la vorágine de la matrícula y el comienzo
de clases y desorientados en las inscripciones de los laboratorios. Apenas pasan unos días y ya comienzas los
exámenes, ¿cómo será? ¿Qué nos preguntarán? ¿Seré capaz de aprobar ese curso
que no entiendo?
El inicio es chocante, ya que pasar del colegio a la universidad
es todo un cambio. No solo de amigos, sino también de sistema de enseñanza y
también de aprendizaje. Los que eran primeros puesto en el colegio ahora sufren
las evaluaciones. Como uno no tiene un método de aprendizaje muchas veces
fracasa y reprueba sus cursos. En el transcurso de poco tiempo cada uno, mediante
prueba y error, hace lo que puede por conseguir su método. Unos aprenden más escuchando,
otros leyendo. Mi método era el típico, escuchar
lo más atento posible las clases del profesor y tomar notas, luego correr a la
biblioteca para sacar todos los libros donde se mencionara el tema de clases y
tomar nuevas notas, regresar a mi casa y leer mis libros. No sé porque, pero
nunca pude estudiar en la biblioteca ni en las aulas, solo en mi casa.
Al pasar los años fui perfeccionando mi método y pasé a leer
las revistas de química muchas de ellas en inglés, donde encontraba más información
y con mayores detalles. Aquí tuve una ventaja ya que en los primeros dos años
de estudios universitarios había estudiado paralelamente ingles en la PUCP. Eso
me sirvió de mucho. Claro que en ese
tiempo no había Google, pero de haber existido hubiera sido de gran ayuda.
Cuando perfeccioné mi método ya en cuarto año, no me
preocupaba por pasar el curso sino por alcanzar la máxima nota posible. De
hecho iba a aprobar el curso, tan solo me preocupaba la nota de aprobación. Muchas
veces me llamaban compañeros para que yo formara parte de su grupo de estudios,
aunque a veces no me agradaba mucho porque algunos no aportaban nada. Con el tiempo consolidé un grupo de estudios; amigos con intereses iguales al mio.
Conocí compañeros más inteligentes que yo, pero por motivos
económicos o familiares tuvieron que abandonar sus estudios universitarios.
Otros ya cansados de reprobar continuamente se fueron paulatinamente de la
universidad. No era fácil estudiar en una universidad estatal por los 80, donde
el terrorismo estaba en apogeo, la hiperinflación era nuestro pan de cada día y
teníamos gobernantes corruptos (bueno siempre los hay). Creo que de 100 ingresantes solo 20
acabamos.
El éxito de los estudios universitarios depende mucho del
apoyo familiar. Unos padres que te de tranquilidad y los medios para estudiar. También depende de la alimentación, un
adecuado balance de proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas, minerales,
agua, etcétera son imprescindibles.
Hace unos días compré el libro de Jorge Basadre “Materiales
para otra Morada”, Editorial Librería la Universidad, 1060, Buenos Aires, Argentina
que en la página 166 encuentro un texto
importante:
EL CONTACTO ENTRE EL
ESTUDIANTE Y LA UNIVERSIDAD
Cuando un joven (o una joven, ya
que el número de mujeres está aumentando en forma impresionante en las aulas
cada año) decide dedicar cuatro, o cinco, o siete, o nueve años a la vida
universitaria, ¿qué se propone? Se
propone, por lo general, alguna de estas tres cosas o las tres en proporción
variable: adquirir cierto número de conocimientos que le permitan luego obtener
un grado y un título y una renta adecuada, trabajando gracias a ellos;
encontrar medios y ocasiones para desarrollar sus aptitudes y capacidad
latentes; prepararse para desempeñar su propio papel de acuerdo con su valer,
como miembro de la colectividad o como ciudadano.
Surge allí un contrato (tácito
porque no hay, por lo general, quien se encargue de hablar a su debido tiempo acerca de esas cosas).
El estudiante adquiere el derecho de que se le den los conocimientos, los
medios y las ocasiones, en razonable cantidad para el cumplimiento de dicho
objetivos. La universidad, por su parte, si bien con tal motivo reconoce perentorios
deberes, por otra parte se ve premunida de ciertos derechos. Por ejemplo,
adquiere el derecho de exigir al estudiante una cuota de trabajo y una cooperación voluntaria pero sistemática
dentro de la vida institucional. Ello implica, de un lado, profesores capaces,
bibliotecas y laboratorios bien provistos, aulas cómodas, residencias. De otro
lado, quiere decir estudios, prácticas, pruebas de aptitud, vale decir
selección y autenticidad académicas.
Y en la página 168 de
libro:
OBJETIVOS
UNIVERSITARIOS TRADICIONALES Y OBJETIVOS DENTRO DEL MUNDO DE HOY
c) La verdadera universidad
requiere una atmósfera severa de trabajo y de estudio, empezando por sus pruebas
de ingreso y acabando en sus grados doctorales y en los cursos para
profesionales y graduados y de extensión cultural (sin prejuicio de que
existan, al lado de ese plano, actividades deportivas, intelectuales o de
sociabilidad que lo compensen con creces). A la vez necesita estar
vitalizada en nuestro tiempo por un
vigoroso aliento democrático, en el sentido de que a las aulas puedan llegar y
de que en ellas tengan oportunidad y facilidades para seguir adelante, orientándose
en el sentido que su vocación indique, jóvenes capaces de todas las clases
sociales y de todas las regiones geográficas, pero bajo la condición de que quieran,
sepan y puedan trabajar.
Ojalá hubiera leído ese texto al
ingresar a la universidad para poder comprenderla mejor. Ahora el estudiante
tiene muchas facilidades que antes para no fracasar en sus estudios
universitarios. Sin embargo, estudiar en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos es toda una valiosa experiencia, es un pequeño Perú, todos los pros y
contras del Perú están aquí presentes, todas las sangres, todas las clases
sociales, todas las tiendas políticas, todos sus problemas y soluciones.
Recuerdo que en un viaje a
Europa, tenía que hacer estadía en el aeropuerto de Heathrow de Londres y me
encontré con una peruana. Conversando me enteré que ella trabaja limpiando casas en Alemania y cuando me preguntó por mi
le respondí que era un becado universitario. Para mi sorpresa me dijo: ¡Ah!
eres culto. No pude conversar más con ella porque se me hizo un nudo en la garganta.
Allí comprendí que ser universitario es
en realidad un privilegio. Muchos peruanos no tienen los medios ni siquiera
para postular a la universidad (como aquella compatriota), otros la abandonan y
pocos llegan a terminar y graduarse. Estudiar
en la universidad y, muy en especial, en San Marcos es en realidad un privilegio
que muchos luego de graduarse y trabajar recién comprenderán y sentirán un nudo
en la garganta y una fuerte emoción al igual que la sentí yo ese día en Heathrow.
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